El gato perdido de Luis Fernández
La galería madrileña Guillermo de Osma inaugura una muestra del pintor ovetense en la que rescata «Le chat», la única escultura del artista
Para el historiador del arte Alfonso Palacio, especialista en Luis Fernández, embarcado en estos momentos en la confección del catálogo razonado del artista, se trata en verdad de «una ocasión excepcional» para contemplar la que el propio autor consideró como su única escultura, a pesar de que, como recuerda Palacio, «esculpió mucho en su etapa barcelonesa, entre 1918 y 1922, y en los primeros años en París», ciudad a la que se trasladó en 1924. De hecho, en los 15 pormenorizados folios con la ordenación cronológica de sus obras que Fernández confeccionó con vistas a la gran retrospectiva que se le dedicó en París en 1972 «Le chat» es la única pieza escultórica presente.
La explicación reside en el hecho de que, al contrario de lo que sucede habitualmente, en el caso del artista ovetense la escultura era una disciplina preparatoria para lo que realmente le interesaba: el dibujo. El boceto en tres dimensiones precedía la realización de la pieza definitiva, dibujada. «Esculpir era sólo un medio del que se servía para perfeccionar el dibujo y mejorar la captación de las formas para esa faceta suya como dibujante», señala Alfonso Palacio. Sólo «Le chat», una elegante combinación de tres formas geométricas de 17,5 x 20 x 12 centímetros que Fernández realizó en plena aproximación a la abstracción geométrica, como fruto de sus primeros e intensos contactos artísticos en París.
Y, en efecto, la escultura quintaesencia las familiares formas de un gato: el lomo y los cuartos traseros sentados; el pecho, la cabeza y las patas delanteras en posición erguida, y la peana, a modo de la cola que envuelve la base de la figura. Para el investigador, que ya ha publicado dos tomos de la serie de cuatro monografías sobre Fernández en las que viene trabajando desde su tesis doctoral, en la figura de «Le chat» aparecen también «claras referencias a la estatuaria caldea y egipcia» que interesaba al artista ovetense.
El resto de la exposición despliega un panorama completo de una de las obras más escuetas y exigentes del arte contemporáneo que, sin embargo, cautivó a algunos de los artistas, intelectuales y coleccionistas más relevantes de su tiempo, dentro y fuera de Francia (y apenas en España, hasta muy tarde): tres obras representativas de su etapa de proximidad a la abstracción geométrica, incluida una que perteneció a Yves Saint Laurent; otra, de 1936, de sus años en la órbita surrealista; una naturaleza muerta inédita y ejemplos de todas las características series en las que Luis Fernández concentró de manera insuperable su talento en su fase de madurez: cráneos, cráneos y velas, rosas blancas, paisajes, vasos -con rosa o trozo de pan-, marinas con un barco encallado?
Para redondear el acontecimiento, el catálogo editado por Guillermo de Osma incluye una mirada también inédita sobre la vida y la obra de Luis Fernández. Alfonso Palacio ha elaborado un completo recorrido por ellas, pero desde el punto de vista de sus excepcionales coleccionistas. «Es un enfoque distinto a los habituales, más académico, en el que se traza una semblanza del autor a partir del entramado de relaciones con personajes de la cultura y con coleccionistas que poseyeron obra suya», comenta Palacio.
Por el informado y muy detallado texto van desfilando personajes casi anónimos como Jean-Sébastien Szwarc, compañero en la imprenta en la que Fernández trabajó al poco de llegar a París y uno de sus primeros compradores, junto a «monstruos» como Pablo Picasso, amigo, cómplice y admirador de la obra del asturiano. Y dentro de ese arco, una constelación deslumbrante: René Char, André Breton, María Zambrano, Nadia Boulanger, Balenciaga, Yvonne y Christian Zervos, la vizcondesa Laura de Noailles, el galerista Alexandre Iolas, con quien Fernández compartió una larga y complicada relación? Y otros artistas en el trasfondo (Mondrian, Van Doesburg, Braque, Torres García, Arp, Julio González, Brancusi?) que no fueron coleccionistas de su obra, pero que sí compartieron con Luis Fernández parte de su fascinante camino a través de las sendas más altas de la pintura del siglo pasado.
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